Por Benjamín Ortiz
Un viejo aforismo dice que una imagen vale más que mil palabras y, en comunicación, siempre se concedió gran relevancia a las figuras móviles o fijas. Por ejemplo, en la televisión, desde sus inicios, el mensaje visual tuvo la fuerza de ser un supuesto fiel reflejo de la realidad. “Yo he visto con mis propios ojos”, podría afirmar un televidente ante cualquier hecho de interés general, seguro de que estaba en lo cierto
Y qué decir ahora cuando las redes sociales transmiten imágenes que van de la intimidad o banalidad de las personas a los crímenes horrendos, o contenidos de sabiduría en pastillas, con un frenesí que tiene a la gente deslumbrada frente a los celulares, averiguando si viste a la estrella porno de Trump o el crimen del taxista de Ambato.
¿Y en qué quedan entonces las palabras? ¿Sirven para algo? Claro que sí, sirven para gobernar el mundo, diría un tuitero que siga las cuentas de los gobernantes encabezados por el Presidente de EEUU, quien ante los retos de la historia reacciona con tacos de 280 caracteres (que son comentados o vilipendiados por millones de otros 280 caracteres alrededor del globo). O si se tratara de otros presidentes o líderes, con diálogos similares en tuits, inundando la esfera de influencia de cada uno de ellos.
En comunicación corporativa hay por supuesto una escalada ascendente en el universo de las redes sociales, una lucha a brazo partido para competir por la atención de la gente, difundiendo imágenes asociadas al producto, a la reputación de la empresa, a la superación de una crisis. Esos mensajes deberían durar 20 segundos, la medida de la paciencia de los receptores, por eso estallan con humor, sorpresa, sensualidad, para lograr la primera mirada, a partir de la cual se podría desarrollar el resto del mensaje por otros medios vertiginosos.
Esta ola de mensajes que flota en la superficie esconde un escenario menos visible, en el que el pensamiento juega un rol indispensable para entender y formar el mundo, incluso ese mundo de catarata y rapidez, que es la excrecencia de análisis verbales extensos que no se podría planear ni entender con imágenes fugaces o breves contenidos.
La elaboración de estrategias de comunicación requiere de un pensamiento que discurra en los detalles con precisión, con visión y profundidad y se exprese en palabras propias y enriquecedoras. Así que las palabras como pensamiento y recurso de comunicación –por supuesto literario- no han pasado ni podrían pasar de moda, porque sería como si pasara de moda o quedará atrás la inteligencia humana que se expresa en el Verbo: como dice el mismo Génesis, en el principio era el Verbo y el Verbo seguirá siendo…